De carreras.
- Anónimo
- 12 nov 2020
- 2 Min. de lectura
Estaba en la pista. A mi alrededor había mecánicos, promotoras y jueces. Estaban poniendo a punto mi máquina. Cerca mío estaban otros parecidos a mí. Se me acercó mi compañero con su casco en la mano, me analizó de arriba abajo. Se sentó en mí y me giró la llave, un ruido salió de mis entrañas pidiendo más combustible para correr más rápido. Un asistente con una bandera a cuadros se paró enfrente de nosotros, y comenzó a agitarla.

Fangio presionó mi acelerador a fondo, el motor rugió como un león, sin perder un segundo aceleramos dejando a todos los demás atrás. Muchos se acercaban tratando de sobrepasarnos, pero Fangio no lo permitía, su talentosa habilidad al volante y mi mecánica hacían de nosotros un duo dinámico invencible. De un segundo a otro, el tiempo desmejoró y desde los boxes la escudería empezó a hacernos señas para hacer un cambio en mis cubiertas. Aprovechando esta situación nuestro mejor contrincante nos sobrepasó. Mi piloto retomó la carrera tratando de alcanzarlo. No fue difícil puesto que nosotros teníamos gomas preparadas para la lluvia, y el tiempo que perdimos lo recuperamos. Estábamos a punto de lograrlo cuando sentí un calor inmenso, una luz roja se encendió en mí, me dolía, mis pistones iban y venían, no era bueno.
Fangio no tuvo piedad y llevó mi motor al extremo. Solo faltaba media vuelta, el calor era insoportable, me empezó a salir humo, mucho humo. Él miraba todo mi tablero con detalle, se lo notaba preocupado, pero sujetó fuertemente mi volante de madera, presionó el acelerador aún más, y cada vez la bandera parecía estar más cerca. El humo casi no nos dejaba ver por dónde íbamos. De repente ahí estaba, ¡cruzamos la bandera! ¡Habíamos ganado! Todos estaban felices, gritaban de alegría. Mi piloto me miró, y me dijo, te prometo que tu hazaña te llevará algún día a mi museo en la ciudad de Balcarce, en la provincia de Buenos Aires, y así se hizo.
Fue la mejor carrera de toda mi vida.
Comments