Mi hogar es un museo
- Malena Iglesias
- 30 nov 2020
- 1 Min. de lectura
Cual hada de los dientes
recolecto perlas ocultas
en escondites cotidianos.
Las calles son escaparates
llenas de tesoros irrepetibles
que las ráfagas de los motores
esparcen por los carriles.

Escrutar el pavimento
es una preciada lotería
por eso reniego de marcharme
a sabiendas de que podría ser testigo
de un objeto pululante
que florezca entre el pedrerío.
Los basureros imitan a los cofres
y yo me declaro corsaria
de cada joya despreciada
por carecer de brillo
en mil formas que no asemejan
a ovales brazaletes y anillos.
Por la noche regreso
cargada de premios.
Los brazos pesados,
el alma ligera,
la mente en desvelo
El esfuerzo de barrer con la puerta
un vasto caudal sin río
es siempre un plácido alivio
pues confirma
que todo permanece inmóvil,
por siempre mío.
Cada cosa tiene nombre
y cada nombre tiene un cuerpo,
todas susurran, no braman.
Cuentan cuentos.
Mis hijas están hartas
me declaran enferma
detestan mis cosas, mi casa.
Mi patio y mi terraza
Mis expediciones.
Mis hallazgos y mis amados retazos
de la historia de cada pieza
no comprenden que son estrellas,
estrellas caídas
que ansío mantener vivas,
ardientes y complejas
en su insuperable simpleza,
carentes de juicios sucios hacia mis ilusiones,
disfrazados de críticas y moralejas.
¡Oh! ¡Qué bendita dicha,
si ellas hubiesen de ser muñecas!
Inanimadas pobladoras
de un paisaje desenfocado.
Tan silentes e impasibles
como faraones encriptados.
Sus rostros estáticos
sus ojillos delicados
abarrotándose de pelusas polvorientas
sin parpadear ni pedir clemencia
Mi casa es un museo,
mi alma un anaquel,
mi mente un río Lete,
mi memoria
un desértico papel.
Moriré bajo el derrumbe
del peso de mis días.
El más dulce de los sepulcros
es el museo de mi vida.
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